Criar con respeto, paciencia y amor es un acto profundamente generoso. Pero lo es aún más cuando esa forma de cuidar no fue parte de tu propia historia. Cuando no tuviste un entorno emocionalmente disponible. Cuando nadie te ayudó a ponerle nombre a lo que sentías o te abrazó cuando tenías miedo.
A veces, el amor con el que una madre o un padre cuida no es heredado, sino aprendido desde el deseo de hacerlo distinto. Desde el compromiso de no repetir lo que dolió.
Y ese camino, aunque lleno de amor, también puede remover muchas heridas.
Muchas personas se sienten en conflicto cuando crían desde la consciencia. Por un lado, sienten orgullo de cómo acompañar emocionalmente a sus hijos. Por otro lado, su niña o niño interior se activa ante escenas cotidianas: una rabieta, un llanto, una mirada.
Y aparece esa pregunta:
“¿Por qué yo no tuve eso?”
“La adulta que soy se alegra de ver a mi hija crecer con calma… pero mi niña interior aún se pregunta por qué a ella no le explicaron, por qué todo era tan frío, tan distante…”
Estas emociones no significan que lo estés haciendo mal.
Al contrario: son una señal de que estás conectando con lo que dolió, y que estás dando un paso hacia la reparación.
Criar desde el amor que no recibiste también implica soltar defensas que antes te protegían, pero hoy ya no te hacen bien: la hiperexigencia, el control, la desconexión emocional o la dificultad para sostener el llanto de tus hijos sin sentirse desbordada.
Es normal que aparezcan contradicciones:
Te prometes no gritar, pero a veces lo haces.
Quieres ser paciente, pero hay días en los que todo te sobrepasa.
Te preguntas si realmente estás rompiendo el ciclo… o si estás fallando sin darte cuenta.
Lo importante no es la perfección, sino el permiso para mirarte con la misma ternura con la que miras a tus hijos.
Cuando sostienes a tu hija o hijo en brazos en un momento difícil, también estás aprendiendo a sostenerte a ti.
Cuando respiras antes de reaccionar, estás cultivando algo que quizás tú no viviste: una regulación emocional segura.
Significa estar presente. Mostrar que el amor puede ser firme, pero también suave. Que se puede cuidar sin gritar. Enseñar sin herir. Corregir sin humillar. Y en ese camino, sin darte cuenta, estás reescribiendo tu historia.
La maternidad (y la paternidad) como oportunidad de sanación. Sanar no es olvidar. Es poder recordar sin que duela tanto.
Es mirar atrás con compasión. Es permitirte sentir tristeza, rabia o nostalgia por lo que no fue… sin quedarte atrapada en ello.
Muchas madres (y también padres) llegan a terapia porque están haciendo este camino. Personas que están aprendiendo a poner límites, a nombrar lo que dolió, a pedir ayuda, a criarse mientras crían.
Si sientes que estás haciendo un trabajo emocional enorme y a veces te sientes sola en ese proceso… no significa que lo estés haciendo mal. Solo significa que estás recorriendo un camino profundo.
Y no tienes por qué recorrerlo sola.
En nuestro centro de psicología en Córdoba, ofrecemos acompañamiento emocional a madres, padres y personas cuidadoras que desean criar con conciencia y cuidar su mundo interno al mismo tiempo.
Romper el ciclo no siempre se nota de forma inmediata.
A veces empieza con un simple gesto: elegir mirar lo que antes no se miraba.
Y eso ya es un cambio enorme.